No hay mejor imagen que un amanecer... todo parece detenerse, y allí, junto con la luna, todas las penas se quedan.

martes, 8 de julio de 2014

In Love Street



No bastan las palabras. Las frases ya no son suficientes. Ni siquiera las promesas pueden hacerme creer algo de ti a estas alturas. Siempre has sido de ese tipo de personas que le gusta hablar mucho, y que a la hora de la verdad... NADA. Y lo sabes. Lo sabes demasiado bien.
Te gusta actuar a ser el prometedor y a convertir a las personas que te rodean en las prometidas. En esos momentos, todos están agradecidos de tu presencia. A todos les caes bien. Como sabes que no vas a volver, qué más da.
Pero claro, ahora llega el momento en el que debes quedarte en un mismo lugar un período de tiempo más largo que antes. Sin embargo, has actuado del mismo modo, de manera inconsciente, igual que en ocasiones anteriores.
Me di cuenta un poco tarde de que esta vez, yo era la prometida.

-Extensión-
Y si... (los humanos buscamos un hilo de esperanza por cualquier lado) ¿Y si no fueras tú? Es decir, ¿si tú de verdad quisieras cumplir esas promesas (que no fueran meras palabras, sino actos), solo que nunca has tenido la oportunidad de poder hacerlas realidad?
Eso cambiaría enormemente las cosas. Ya no tendría que obligarme a permanecer alejada de ti. Podría seguir soñando con esas promesas. Podría volver a mirar a tus ojos y perderme en el interior de ese color miel que tan poco refleja tus emociones. Podría ocurrir incluso que las promesas no las hubieras hecho por una simple casualidad...

jueves, 8 de agosto de 2013

~ Pequeña D ~

Cuando todo cae. Cuando ya nada parece ser como era antes. Cuando ya no tienes a la persona por la cual sonreías a tu lado y crees que no puedes caer más abajo.
Sigues teniendo una piel que te recubre, pero esta ha dejado de estar en contacto con el mundo real, el que te rodea aunque no quieras.
Pequeña D, la piel te tiembla, avisándote. ~Duele respirar.~
En tu interior se oye un grito de agonía. Por fuera, en cambio, todo parece calmado, respiras con normalidad.
Por dentro, esa coraza, ese hielo que has formado quema, y mucho más que el fuego. ~Es tan sencillo. Y a la vez no lo es.~
Que cuando te has acostumbrado a mentir es difícil dejar de hacerlo, se convierte en adicción. ~Mi adicción... ¿por qué miento?~
Ahora ya no es fácil mentir, ~No quiero hacerlo más.~ pero sigue siendo complicado decir la verdad. ~Por miedo.~
Miedo a que te destrocen desde el interior, como aquella vez Pequeña D. ~¿Miedo a amar y no ser correspondida?~ 
~Tan sólo mírame.~ Porque se puede fingir todo lo que uno quiera, pero una mirada siempre lo confesará todo.
~No quiero mentir más; te quiero.~ 

miércoles, 12 de junio de 2013

Memorias de Mayo

Ya se había acostumbrado. Ya era "casi" fácil, cotidiano. Se despertaba y pensaba en el día que le esperaba, o en lo que había hecho ayer. Era magnífico no tenerle en la cabeza continuamente. No verlo constantemente en sus pensamientos. Un día nublado era un día nublado y uno soleado, uno soleado. Sólo eso.
Era cierto que todavía no podía ir a determinados lugares. Pero ella sabía que a esos sitios ya no podría ir jamás, junto a ellos iban pegados con productos de fijación industrial dolorosos y bonitos recuerdos.
Sus amigos se lo habían dicho hace tiempo. Era demasiado profunda. Todo lo que ocurría le llegaba tan adentro y lo vivía tanto, que hacía que estuviera expuesta al mundo más que las otras personas. Digamos que era más frágil emocionalmente que el resto.
Un día se encontraba sentada y con un pie apoyado sobre la barra de la cocina. Con la mano derecha rodeaba su pierna y sostenía aquel ejemplar de Cumbres Borrascosas tan gastado y abierto por la página 138. En la otra mano, una manzana verde media mordida.
Todavía tenía el pijama puesto aunque eran las doce y media. Su pelo largo, castaño claro y suelto se encontraba algo despeinado y juguetón esa mañana. Tampoco se había peinado aún. No obstante, su piel brillaba y sus enormes ojos verdes también. Era causa de la ausencia del dolor. Su presencia desprendía en la estancia un halo bastante puro y tranquilizador.
Paró la lectura, miró hacia la calle a través del ventanal (por donde entraban unos rayos de sol llenos de vitalidad) al paso de un coche cuyo sonido le recordó al de su hermano. No, no era él. Dentro de poco llegaría, con algo para comer. Esperaba que además, para el postre, trajera algunos cupcakes de aquella nueva tienda que tanto le gustaba.
Entonces tocaron el timbre. Dejó el libro en la cocina pero se llevó la manzana y fue hacia la entrada. Cuando abrió la puerta, la manzana cayó rotundamente al suelo. El chico que había tocado, se sobresaltó.
No podía ser, era ÉL. El mismo que había decidido irse fuera del país sin consultárselo siquiera, el mismo con el que había aprendido lo que significaba amar y con el que había vivido momentos preciosos. En ese instante corrieron por su cabeza todos aquellos pensamientos que había conseguido prohibirle a su cerebro: paseos al lado del río cogidos de la mano, miles de besos y caricias, risas y juegos...
No podía ser. ÉL no estaba AQUÍ.
Pero era ÉL. Y estaba ALLÍ, en la puerta de su casa.